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Hacia una economía respetuosa con la naturaleza en la Euskal Herria post-Covid-19

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Hacia una economía respetuosa con la naturaleza

en la Euskal Herria post-Covid-19

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UNAI PASCUAL

Investigador de Ikerbasque, doctor en Economía Ambiental.

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UNAI PASCUAL

Investigador de Ikerbasque, doctor en Economía Ambiental.

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El progreso, el desarrollo, el bienestar son palabras que las usamos a diario, pero cada cual utilizando implícita o explícitamente (casi nunca) una definición del término posiblemente diferente incluso antagónica.

Lo mismo ocurre con la palabra economía. Sin entrar en un debate académico sobre la definición de economía, podemos ponernos fácilmente de acuerdo a que el termino se refiere a la manera o instrumento de relacionar a las personas para conseguir bienestar en un contexto de recursos escasos. En el sistema económico de mercado se define al individuo solamente como consumidor o productor, quizás con matices sobre la mayor a menor intervención por parte de instituciones sociales para gestionar los desequilibrios resultantes de la interacción entre demanda y oferta. Una demanda, no olvidemos nunca, que no solo depende de los hábitos y gustos propios de los individuos y culturalmente creados, sino de la construcción deliberada y artificial de necesidades que favorecen modelos productivos que priman unas preferencias de consumo respecto a unos bienes y servicios sobre otros (generalmente basado en múltiples técnicas de marketing).

Fotografía: Markus Spiske, Unsplash.

La nueva normalidad del futuro post-Covid-19 dependerá de cómo redefinamos los términos de bienestar individual y progreso social.

La nueva normalidad del futuro post-Covid-19 dependerá de cómo redefinamos los términos de bienestar individual y progreso social. Pero el nosotros y nosotras no deja de ser un enjambre de personas con diferente capacidad de incidir en la redefinición necesaria de los términos sobre los que la nueva economía acabará sustentándose, por ejemplo la idea de bienestar, eficiencia y equidad. En este contexto, merece la pena entender cuál ha sido el vínculo entre estos términos con los de medio ambiente o la naturaleza. Realmente en la práctica a la hora de diseñar las políticas económicas por parte del Gobierno Vasco estos vínculos han sido marginales y con carácter más de marketing político cuando la situación lo ameritaba, más que de algo orgánicamente integrado transversalmente en las estructuras institucionales, mas allá de planes y estrategias plurianuales.

Fotografía: Marija Zaric, Unsplash.

Como mucho, en Euskal Herria y en nuestro entorno más cercano, a nivel gubernamental se ha hecho un seguimiento a pies puntillas y sin ningún tipo de reflexión crítica, de planteamientos teóricos de escuelas de la economía liberal ortodoxa, sobre todo anglosajona, donde el medio ambiente se entiende como algo que está ahí fuera (como recurso a explotar) y por tanto entendido como capital natural para seguir fomentando un crecimiento (verde). Por tanto, sólo cuando la degradación ambiental pone en riesgo la capacidad de crecimiento económico (la capacidad de consumo o de producción de los individuos) se encienden las alarmas y se trata de internalizar las externalidades ambientales. Existen muchos ejemplos a nivel local (contaminación del aire que respiramos, del agua que bebemos, etc.), e incluso a escala global como por ejemplo, el uso indiscriminado de combustibles fósiles por parte de consumidores y productores produce una externalidad global como el cambio climático.

en Euskal Herria la ciudadanía parece haber aceptado seguir comparándonos con los índices del Estado Español en vez de con índices de regiones o países más avanzados del Norte de Europa y ante los cuales estamos más cercanos en índices de PIB per capita.

Se ha aceptado que lo que se debe hacer es seguir los planteamientos de una Europa neoliberal mediante regulaciones y directivas escasamente ambiciosas en un contexto real de emergencia climática y crisis ecológica. Más aun en Euskal Herria la ciudadanía parece haber aceptado seguir comparándonos con los índices del Estado Español en vez de con índices de regiones o países más avanzados del Norte de Europa y ante los cuales estamos más cercanos en índices de PIB per capita. También cabe recordar que Europa es un adalid del uso de nuevos mercados, como por ejemplo el mercado global del CO2. Este tipo de solución para regular las emisiones de CO2 está encontrando grandes dificultades debido a la situación geopolítica (diferencia entre países productores y consumidores de energías de origen fósil, países ricos y pobres, etc.). No deja de ser curioso que las soluciones a los problemas extremadamente complejos, como el cambio climático, se planteen unidireccionalmente primando el rol de mercado, quizás para generar nuevos productos con los que poder especular, mientras se afianza una ideología basada en la fe en el papel del mercado como solución para todos los problemas emergentes.

¿Hasta qué punto estamos dispuestos a seguir manteniendo un nivel de vida basado en un creciente nivel de consumo de bienes y servicios sustentado en gran medida en un metabolismo social que es incapaz de desacoplarse de la extracción de recursos naturales?

Fotografía: Alfonso Navarro, Unsplash.

En Euskal Herria, como país en el cual el bienestar material de la mayoría se ha forjado en base a un pasado y presente asociado a una no desdeñable huella ecológica, necesitamos volver a mirarnos al espejo y preguntarnos hasta qué punto estamos dispuestos a seguir manteniendo un nivel de vida basado en un creciente nivel de consumo de bienes y servicios sustentado en gran medida en un metabolismo social que es incapaz de desacoplarse de la extracción de recursos naturales (tanto de aquí como de países lejanos). Las políticas económicas que han primado en Euskal Herria durante las últimas décadas no han sabido escaparse de la potente inercia neoliberal de un entorno donde los juegos de poder han inclinado la balanza hacia un sector privado sediento de beneficios a corto plazo, a costa de las condiciones de vida de la gente y del planeta.

La nueva normalidad post-Covid-19 por tanto abre una oportunidad a la redefinición del progreso y nuestra relación como ciudadanos con nuestro entorno natural más cercano, pero también como ciudadanos cada vez más interconectados en un Planeta que ya no es capaz de aguantar más las embestidas contra su biodiversidad, la diversidad de la vida.

La nueva normalidad post-Covid-19 por tanto abre una oportunidad a la redefinición del progreso y nuestra relación como ciudadanos con nuestro entorno natural más cercano, pero también como ciudadanos cada vez más interconectados en un Planeta que ya no es capaz de aguantar más las embestidas contra su biodiversidad, la diversidad de la vida. La biodiversidad, acervo de la humanidad, es un legado que nos sirve, no lo olvidemos, como seguro natural para protegernos y ser resilientes, a los riesgos de pandemias como el Covid-19. Quizás la pandemia abra los ojos sobre esta realidad. Una realidad que se ha clamado hasta la extenuación por los científicos, pero a los cuales se les ha hecho caso omiso. Una biodiversidad que sustenta las funciones que proveen los ecosistemas para protegernos de las subidas de la temperatura, los incendios, inundaciones, subidas del nivel del mar, y otros efectos extremos que ya se están sintiendo en Euskal Herria debido a la crisis climática y que van a aumentar en frecuencia e intensidad. La biodiversidad o la naturaleza, en su acepción más general, no es una fábrica o un saco sin fondo de donde poder obtener materias primas para saciar la sed de crecimiento material. Proteger y restaurar una relación respetuosa con la naturaleza no solo nos va a servir como herramienta para controlar nuevas pandemias que irremediablemente seguirán produciéndose si seguimos esquilmando la biodiversidad, sino para ganar en salud física y mental (más allá de la pandemia).

La dicotomía entre salud y economía es una falacia. La salud se puede entender como el capital humano más preciado (con la educación) pero la salud, lo sabemos bien, es mucho más que un recurso productivo.

Fotografía: Nik Shuliahin, Unsplash.

La dicotomía entre salud y economía es una falacia. La salud se puede entender como el capital humano más preciado (con la educación) pero la salud, lo sabemos bien, es mucho más que un recurso productivo. De forma similar la naturaleza y el medio ambiente es mucho más que capital natural (como fábrica de bienes y servicios) ya que es necesario para la salud, y el sentido de bienestar más profundo, dado que nos dota de sentido e identidad. Por tanto, no podemos mirar al futuro post-Covid-19 de forma lineal: primero la economía, después la salud y, si acaso, ya tendremos el interés y los recursos para volver a preocuparnos (si alguna vez nos hemos preocupado de verdad) del medio ambiente. Esta linealidad es otra gran falacia de nuestro modelo cognitivo dominante. Los sistemas complejos (y en estos la interrelación dinámica entre la identidad de la ciudadanía, su perspectiva sobre el bienestar, la economía como herramienta de desarrollo humano, la salud y el medio ambiente) implican interdependencia. La realidad es la que es, y se está demostrando que el haber hecho caso omiso durante décadas a los científicos de la sostenibilidad y los economistas ecológicos, y por tanto seguir diseñando políticas públicas sin tener en cuenta las interdependencias socio-ecológicas más básicas, nos ha hecho caer en una de las mayores trampas que han creado las sociedades modernas.

Para salir de esta trampa, la nueva economía que se geste en Euskal Herria y en su entorno más cercano debe ser necesariamente una economía ecológica.

Fotografía: Ivan Bandura, Unsplash.

Para salir de esta trampa, la nueva economía que se geste en Euskal Herria y en su entorno más cercano debe ser necesariamente una economía ecológica. Ecológica porque entiende que la economía es un subsistema interdependiente al servicio de la sociedad y en la que ésta seguirá siendo necesaria e irremediablemente sujeta a los procesos y dinámicas naturales. Una economía despilfarradora de recursos, inequitativa, depredadora e irrespetuosa con la naturaleza está abocada al fracaso como herramienta de desarrollo humano sostenible. Debemos usar esta oportunidad para reflexionar sobre como volver a articular las preferencias y valores básicos que siguen estando fuertemente latentes en la sociedad vasca (solidaridad intra-e inter-generacional y respeto hacia la naturaleza), más allá de los valores economicistas que han sido fomentados durante la gran aceleración de una época neoliberal, y que han hecho de la ciudadanía ser presa de su homo economicus (cada vez más competidor, egoísta e individualista) fomentando un modelo económico completamente insostenible. Es más necesario que nunca fomentar los valores relacionales respetuosos (para con las personas y la naturaleza) para forjar una economía (ecológica). Esta será una de las grandes tareas que tenemos pendientes para la nueva Euskal Herria post-Covid-19.

Es más necesario que nunca fomentar los valores relacionales respetuosos (para con las personas y la naturaleza) para forjar una economía (ecológica). Esta será una de las grandes tareas que tenemos pendientes para la nueva Euskal Herria post-Covid-19.